En 1950, la esperanza de vida en la España era de apenas 62 años. Hoy en día, supera los 82. Se trata de una tendencia mundial creciente, que hace prever que en no demasiados años podremos superar los 100 años de media. Incluso hay quien fantasea con una pseudo-inmortalidad del ser humano, lo que supondría una disrupción absoluta en nuestra manera de concebir nuestra propia existencia. Si estos avances se están produciendo es precisamente por un progreso sin precedentes de la ciencia y la innovación, que se ha acelerado de manera exponencial debido a tecnologías como la supercomputación, la inteligencia artificial o la biología sintética, entre otras.
Sin embargo, en el mundo empresarial sucede justo lo contrario. Según un estudio de McKinsey, en el año 1958 la esperanza de vida media de una empresa era de 61 años. A día de hoy, está por debajo de los 20 años, y es esperable que en los próximos años esta cifra siga decreciendo. En un mundo VUCA como en el que vivimos, la velocidad de los cambios es tan vertiginosa que no podemos siquiera llegar a comprenderla en muchas ocasiones. En palabras de Jack Welch, quien fuera durante muchos años el director general de General Electric “si el entorno cambia más rápido que tu empresa, el final está cerca”. La única cuestión es saber cuándo se producirá.
El término innovación aparece recurrentemente en todos los ámbitos de nuestra vida. En un contexto de crisis post-covid, donde la ciencia y la tecnología han resultado ser las únicas esperanzas para superarla, ha cogido cada vez más fuerza. Pero lejos de lo aparentemente cool del término, hay que tener en cuenta de que la innovación es una disciplina que requiere de sistemática y preparación. Fue Peter Drucker, el célebre gurú del management, quien estableció que “una empresa tiene dos, y sólo dos, funciones básicas: marketing e innovación”. El resto son costes. A pesar de que cuesta rebatir a un genio como el austríaco, quizás podamos matizar un poco esa aseveración, pero no andaba muy desencaminado, a la luz de los tiempos que estamos viviendo.
Entonces: ¿qué es la innovación? Hay muchas definiciones, pero me gusta utilizar una por su carácter directo y explícito “La innovación consiste en generar ideas que sean convertibles en un producto, servicio o proceso que suponga un valor para los clientes o para la sociedad, de manera que se consigan unos resultados (económicos y sociales) sostenibles en el tiempo” (Alfons Cornella). Vemos entonces que la innovación es motor de tres tiempos:
A estos elementos, cabría añadir un cuarto: el riesgo. Sin riesgo, no es innovación, es mejora continua.
En los últimos años, la innovación empieza a emerger como una disciplina del management más, al mismo nivel que las finanzas, el marketing, los recursos humanos etc. Se trata de un campo que requiere de especialización, y que debe comenzar por la estrategia, ya que la innovación es un mecanismo estratégico para diferenciarnos. Pero también hay que dominar la implementación de sistemas de innovación, las métricas, metodologías como design thinking, lean startup, open innovation etc., implantar estructuras para gestionar el talento, dominar los sistemas de I+D y ayudas a la innovación, entre otras cuestiones. Se trata de algo complejo y multidimensional, que de hecho está dando lugar a una nueva profesión: el CIO (Chief Innovation Officer).
En un mundo donde no sabemos qué va a pasar mañana, y donde la revolución digital ha trastocado los cimientos de nuestra economía y de nuestra sociedad, la innovación ha dejado de ser una opción para las organizaciones, y se ha convertido en una obligación. Hay que intentar ir más rápido que nuestro entorno. Al menos intentarlo. Innovar es arriesgado, pero no hacerlo nos conduce al abismo.
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