La fuerte transformación digital de los últimos años y la más reciente irrupción de la singularidad tecnológica de la inteligencia artificial parece cuestionar la percepción sobre cuál será el rol de la humanidad y provoca cierta inquietud sobre cómo será el desempeño de muchas profesiones.
En cierto modo se siente una suerte de vértigo tecnológico y, consecuentemente, una sensación de futurible pérdida de supremacía de la especie humana. Antes, las máquinas eran invenciones que podían hacer muchas cosas con más rapidez y mejor que los humanos y que, además podían liberar del esfuerzo físico o intelectual (como hace una simple calculadora), pero el ser humano ostentaba una supremacía como especie.
La IA parece cuestionar esa supremacía humana en muchos puestos de trabajo, aunque quizá los empleados deban preocuparse menos por ser reemplazados por la IA y más por ser reemplazados por otros humanos que saben aprovecharla. Veremos cómo en los próximos años unos empleos se destruirán, otros se crearán y muchos se transformarán. Por ello, es esencial que las instituciones educativas y los trabajadores se afanen en reforzar las competencias tecnológicas, pero, también, en potenciar las habilidades humanas que les diferenciarán y aportarán valor por encima de las máquinas. En la actual era digital es preciso reforzar a la persona en lo que le distingue verdaderamente como tal, actuando también como catalizador en la observación y aplicación de la ética de la tecnología.
Este estado de cosas lleva a distinguir entre la corriente tecno-pesimista o distópica y la corriente tecno-optimista o utópica. La primera enfatiza que el cambio es demasiado rápido y que no deja margen temporal suficiente a una transición sostenible ni al trasvase de empleados de unos sectores a otros. Por su parte, el tecno-optimismo señala la mejor calidad de vida laboral y la creación de más empleos relacionados con la digitalización que los destruidos por su impacto. Con todo, una prueba de la capacidad de adaptación al cambio es que las tasas medias de desempleo de hace un siglo son similares a las actuales, a pesar del evidente progreso tecnológico y de que la población mundial sea siete veces mayor, por lo que debe verse el futuro del trabajo como una oportunidad para nuevos perfiles laborales, con habilidades tecnológicas y relacionales en detrimento de las administrativas u ordinarias.
Formar personas, formar a una sociedad en tiempos de transición digital y de la recién llegada inteligencia artificial, requiere de esfuerzo y compromiso de sus dos componentes principales: los formadores y los que van a ser formados; pues el futuro del trabajo se encamina a una necesaria relación de complementariedad híbrida que va a descubrir una infinidad de nuevos empleos, además de potenciar y poner en valor las cualidades esenciales del ser humano basadas en su verdadera inteligencia creativa, emocional, relacional e interpretativa y a saber hacer que la IA desempeñe su labor en un marco ético bajo parámetros de dominio humano.
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